domingo, 7 de mayo de 2017

La logística de las grandes exploraciones


Como buen marino, José Antonio, el protagonista de "Tiempo de Tránsito", recuerda con detalle cada una de sus singladuras y cada uno de los barcos en los que prestó servicio. El mar había representado para él una experiencia vital indiscutible, conformadora de su espíritu, de su esencia y de una soledad sin rumbo tejida en aquellas ausencias en las que Cristina comenzó a sentirse como una desconocida. Por eso recitaba aquella retahíla de barcos como hitos determinantes de su cronología, incluso en aquella primera cena en casa de Patricia, telón de fondo para esbozar su pasado marino.

El español Manuel Iradier, que da
nombre al frigorífico "M Iradier".
"Estuvo navegando más de diez años. Las primeras prácticas las hizo en un carguero frigorífico, el “M Iradier”, que unía Cádiz con Canarias. Luego fue poco a poco superando exámenes y cumpliendo horas de navegación hasta obtener el título de capitán, cargo que nunca ejerció.
Pasó tres años en un gasero, el “Burton III”, recorriendo el Golfo Pérsico; dos años en un petrolero, el “Speke Grant”, que atracaba en la costa oeste de África sin importar si los países estaban o no en guerra, desde Angola a Sierra Leona pasando por Congo o Nigeria; y cuatro años de piloto en un portacontenedores que cubría China y la costa Este de Estados Unidos, el “Green Stanley”, con aquel siempre curioso momento de cruzar el Canal de Panamá".

La elección de los nombres de los barcos en los que estuvo José Antonio embarcado no es casual.
John H. Speke, que da nombre
al petrolero "Speke Grant".
Al igual que sucede con otro buque determinante en la trama de la novela, como el "Moon Livingstone", todos ellos llevan nombres de grandes exploradores del continente africano: desde el propio David Livingstone hasta Henry Morton Stanley, pasando por Richard Burton, John H. Speke o el español Manuel Iradier.

No puedo negar que mi gran admiración por el continente africano, así como mis lecturas sobre la historia de África y sobre la exploración y el descubrimiento de las grandes incógnitas geográficas y culturales que esta región comportaba para Occidente, me empujaban a hacer un guiño en "Tiempo de Tránsito" a estos aventureros, aprovechando para ello los nombres de los barcos. Ahora bien, bajo este bautismo náutico-literario subyace una razón aún más poderosa, como es el hecho de que, en una novela ambientada en el sector logístico, no se podía dejar pasar la oportunidad de rendir homenaje a quienes la historia no reconoce como tales pero que, más allá de grandes exploradores, fueron unos grandes logísticos pues, por encima del tesón, la fe, la ambición y el afán por conocer y descubrir, en aquellas misiones un componente esencial era precisamente la logística.
David Livingstone, que da
nombre al portacontenedores
"Moon Livingstone".


Tenemos grabada la imagen del explorador solitario, armado con un machete y rodeado de apenas un puñado de sirvientes, perdido en mitad de la selva o, a lo peor, convaleciente de la malaria mientras es transportado en parihuelas. Y sí, de esta forma consumió, por ejemplo, sus últimos días David Livingstone.
Pero una cosa es cómo las aventuras terminaban y otra muy distinta cómo comenzaban y, en ese punto de partida, las grandes expediciones al interior de África de finales del siglo XIX y que alumbraron los grandes descubrimientos geográficos eran caravanas de enormes proporciones conformadas por cientos de hombres que transportaban toneladas y toneladas de mercancías necesarias para tres ámbitos fundamentales: el sustento, la comodidad y la seguridad de los integrantes de la caravana; la retribución diaria a estos propios integrantes; y el pago de los tributos a los jefes locales para lograr el permiso de paso para atravesar las tierras.

H.M. Stanley, que da nombre
al portacontenedores "Green Stanley"
Hablamos de expediciones que podían durar años y que durante el tránsito no podían abastecerse de muchas de las mercancías necesarias. Por tanto, estas grandes misiones requerían de una alta capacidad organizativa y de gestión del aprovisionamiento para, además, afrontar infinidad de imprevistos y peligros.
Sólo en su trayecto de ida entre la costa y las orillas del Lago Tanganika, Henry Stanley tuvo que recorrer a pie más de 1.300 kilómetros para encontrar al Dr. Livingstone. Pero es que John Speke, en su descubrimiento de las fuentes del Nilo, caminó no menos de 2.300 kilómetros entre la costa de Tanzania y Gondokoro (Sudán), donde fue socorrido por Samuel Baker.

Organizar logísticamente una caravana de este tipo era una tarea ingente para la que, además, no existía más referencia que las caravanas negreras de los esclavistas árabes, no precisamente el mejor espejo para un viaje con una finalidad diametralmente opuesta.
Además, el propio Henry Morton Stanley lamenta en su diario sobre la búsqueda del Dr. Livingstone la ausencia de referencias precisas en los libros y escritos de predecesores como Speke o Burton acerca de cómo conformar una caravana y de qué medios era necesario aprovisionarse para una aventura de este tipo.
Richard Burton, que da nombre
al gasero "Burton III"
Tal vez por eso Stanley sea uno de los que más detalles aporta acerca de la dimensión logística y las mercancías necesarias en una empresa de este calado, sin olvidar el peso del propio pasado logístico de Stanley en los muelles de Nueva Orleans, donde trabajó durante años en uno de aquellos grandes almacenes que gestionaban toda la mercancía que surcaba arriba y abajo el Misisipí.

En las expediciones africanas lo más importante era, en primer lugar, determinar el tiempo que podía durar la misión y el número de porteadores necesarios para, a continuación, definir las mercancías indispensables a transportar con el fin de, ante todo, realizar los distintos pagos a los porteadores por sus servicios así como abonar los tributos a los jefes locales por transitar por sus territorios.

En aquella región, las cuentas de vidrio sustituían a la moneda de cobre, la tela a la moneda de plata y el hilo de latón a la moneda de oro. Por eso, para pagar a los porteadores en tela durante dos años, Stanley decidió llevar cerca de 30 kilómetros de rollos de distintas telas y tipos. Por su parte, para pagar a los jefes, además de kilos y kilos de cuentas y abalorios de vidrio de distintos colores y formas según los gustos de cada región, Stanley decidió llevar 350 libras de hilo de latón.
Por si esto fuera poco, era necesario transportar alimentos, utensilios de cocina, sacos, tiendas de campaña, ropa de cambio, cuerdas, pez, agujas e hilo, armas, municiones, instrumentos de medición, medicamentos, animales de carga y animales para el sustento "y una infinidad de otras muchas cosas", recuerda Stanley.


Cerca de seis toneladas de mercancías reunió Stanley en su partida en busca del doctor Livingstone, distribuidas en las espaldas de los 22 asnos y los 192 hombres que iniciaron la expedición, repartidos en cinco destacamentos. Sólo el de Stanley estaba conformado por 28 porteadores, doce soldados, un cocinero, un sastre, un intérprete, un armero, dos caballos, 17 de los 22 asnos y un perro. Además, en aquella expedición Stanley transportó desmontadas dos embarcaciones, con el fin de utilizarlas en los ríos o lagos que se presentaran en el camino. Más tarde, en su gran aventura transafricana (1874-1877), siguió el mismo ejemplo y transportó de este a oeste del continente la embarcación “Lady Alice”, fabricada con cedro español y que le permitió circunnavegar los lagos Tanganika y Victoria, así como descender el río Congo.
Se calculaba que hasta 70 libras de peso podía cargar en sus hombros cada porteador, es decir, unos 32 kilos. Aún así Stanley, no las tenía todas consigo:

"Cuando hube terminado todos mis preparativos y pude contemplar aquellas largas filas de fardos, las líneas de cajones, las tiendas de campaña y las masas de objetos de toda especie, me confundió hasta cierto punto mi temeridad. El material que allí llevaba pesaba por lo menos seis toneladas. ¿Cómo lo llevaríamos a través del desierto que se extiende desde la costa hasta los grandes lagos? ¡Bah! -me dije-. Fuera dudas y manos a la obra".



Si Stanley arrancó aquella expedición en busca de Livingstone con 192 hombres, John H. Speke, por ejemplo, partió en pos de las fuentes del Nilo con no menos de 220, más 12 mulos, 3 asnos y 22 cabras. Sin abundar en cantidades y tipología de las mercancías, Speke también hace en su "Diario del Descubrimiento de las Fuentes del Nilo" una atinada descripción de su caravana en el momento de partir, invitando a reflexionar sobre sus enormes implicaciones logísticas.

"El orden de la caravana era el siguiente: el kirangozi o guía, bandera en mano y un fardo a la espalda, abría la marcha, seguido por los pagazi o porteadores, armados de lanzas, arcos y flechas y cargados con sus respectivos fardos -en forma de almohadones cubiertos con fundas de estera y llenos de ropa, telas y cuentas de vidrio- atados en la horquilla de una pértiga, o bien rollos de alambre de latón de cobre sujetos en cada uno de los extremos de una pértiga que apoyaban en la espalda; seguían después los wanguana, en desorden y cargados de líos, cajas, tiendas, ollas y diversas cosas más que llevaban apoyadas en la cabeza; luego venían los hotentotes, guiando los rebeldes mulos, cargados de cajas de municiones, aunque con poco peso para no inutilizar prematuramente a los animales; detrás iba el jeque, con su escolta; en retaguardia iban las mujeres enfermas, los rezagados y las cabras".

Por cierto, con qué entusiasmo se emprendía el camino pero cuántas dificultades aguardaban. Una caravana y sus mercancías rumbo al corazón de África estaba expuesta continuamente a las deserciones de sus integrantes, a los robos y saqueos por parte de los propios miembros de la expedición, a miedos y supersticiones, a inclemencias y desastres naturales, a las enfermedades, a la muerte, a los ataques violentos de tribus y esclavistas, al cansancio, a la desmoralización, a los motines y las rebeliones y, de forma muy importante, al choque cultural entre quienes comandaban la caravana y el resto de integrantes...

"He de confesar con franqueza que no habría sido más difícil ni más fatigoso conducir un rebaño de toros salvajes que mantener en orden nuestra caravana", afirma Richard Burton en su libro "Las montañas de la Luna", en el que relata la expedición que le llevo al descubrimiento del lago Tanganika.

Es, por tanto, imposible imaginar más condicionantes para darle plena carta de naturaleza a lo que era una AVENTURA con mayúsculas y, además, una aventura logística.

Precisamente sobre el espíritu de aventura reflexiona José Antonio en "Tiempo de Tránsito" durante una de sus conversaciones con Patricia:

"-¿Realmente navegar como profesional es una aventura? –preguntó incrédula Patricia, cuyos trayectos en el yate con Ernesto no habían ido más allá de tres días y siempre pegados a la costa.
-Nada que ver con hace 100 años y, ahora, nada que ver con hace diez. Del mar ya no salen escritores para la historia como Melville o como Conrad porque lo exótico, lo imprevisto o lo ignoto se lo cargaron los satélites y la televisión. Ya no hay aventuras, sólo batallas que contar con unas cuantas cervezas de más".


Por cierto, tampoco es casual esta referencia en "Tiempo de Tránsito" a Melville y Conrad. Tiempo habrá para explicarlo y saborearlo.





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