martes, 31 de octubre de 2017

Tumbas y difuntos

Entrada al Cementerio Municipal de Canillas (Madrid), donde se ubica la tumba de Ernesto.

"¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?", se repiten quienes huyen de los cementerios. "Dios no es un dios de muertos, sino de vivos", insiste el Evangelio, pero es que veces los vivos no necesitamos buscar ni a los vivos de este mundo ni a los vivos de vida eterna. Necesitamos buscar a los muertos como muertos porque ansiamos la certeza de su perenne ausencia, porque sólo entendiendo, asumiendo y experimentando que se han ido para siempre podemos sobrellevar el dolor y, sobre todo, entender todo lo que conlleva ese inmenso e insufrible vacío.

En verdad, bajo las frías lápidas de mármol no hay más que frías lechadas de cemento; bajo las frías lechadas de cemento no hay más que frías planchas de ladrillo; bajo las frías planchas de ladrillo no hay más que frías cajas de madera; y bajo las frías cajas de madera no hay más que polvo frío, inútil, irreconocible e inaccesible... Y aún así, recorremos los paseos flanqueados por cipreses, traspasamos las rejas carcomidas por el óxido y caminamos entre búcaros resquebrajados y musgos resecos hasta las tumbas de quienes nos amaron y a quienes amamos.

Allí no hay nada, no queda nada, sólo el memento y su monumento, una piedra pulida, una cruz erguida, un nombre, una fecha y un puñado de flores secas que renovar cada 1 de noviembre. Ahora bien, es su memento y su monumento, es su piedra, su cruz, su nombre y su última fecha, todo ello plantado sobre la tierra... y besamos la piedra, nos recostamos en la cruz, leemos y releemos el nombre y la fecha y vemos las flores y cómo caen sus pétalos, pero volvemos: no queremos olvidar.

Tal y como sucede en "Tiempo de Tránsito" es en las tumbas el primer lugar donde debemos buscar a los muertos, pero las tumbas no son morada de nada, ni de nadie, ni siquiera la última. Por eso las tumbas de "Tiempo de Tránsito" están vacías, por eso la gran preocupación es el monumento, porque lo único que nos sobrevive, y no siempre, son las piedras, pulidas, pero piedras, para el recuerdo.

De ahí la tumba que encarga Ernesto pues, más allá de la megalomanía, sabe que el polvo se lo lleva el viento. El que veis a continuación es el boceto original para recrear el sepulcro imaginado por Ernesto, acompañado de la descripción que se hace en la novela a partir de los documentos encontrados entre las páginas del "Pedro Páramo" de Rulfo.

Boceto de la tumba de Ernesto Gómez Carretero para el Cementerio de Canillas.
"La base medía 3 metros de largo por 1,70 de ancho, de mármol negro, sin pulir, como el resto de cuerpos, dispuestos de forma escalonada y ascendente, con una composición similar a la de una pirámide azteca. Eso sí, la tumba estaba coronada por una losa en relieve a cuatro aguas y 2,15 de largo, suficiente para ser retirada e introducir a través de ella el ataúd. En la parte trasera se erigía un bloque de granito, también negro, sin tallar, de aproximadamente 3 metros de alto y anchura irregular, sobre el que iban esculpidas las letras del nombre y apellidos del fallecido, la fecha y lugar de nacimiento y, en teoría, la fecha y lugar de defunción". 

El lugar elegido para situar la tumba es el Cementerio de Canillas, una isla de mármol y granito en medio de la gran ciudad, ajena al bullicio tras sus muros y con las lápidas desnudas de flores y repletas de nombres "que hacían pensar que por el cielo ya andaban tanto los muertos como quienes tenían que velarlos", todo un reto para el recuerdo y sus monumentos.

"Bajo una discreta portada de forja, pintada de gris y coronada por una endeble cruz de puntas afiladas, el Cementerio de Canillas recibía a vivos y muertos con los brazos abiertos de un contenedor repleto de flores de plástico, descoloridas y desmembradas por la nieve, la lluvia y el viento".

"Los cipreses, robustos, verdeaban entre las desnudas ramas de tilos y moreras, salpicados en los escasos huecos que dejaba la profusión de tumbas, apiñadas en bancales de estrechos pasillos, en los que cada familia había intentado enlosar su parte proporcional, lo que daba lugar a una cadena irregular de remiendos que no lograban ahogar al barro, que rajaba las baldosas y trepaba por las cruces en busca del olvido".

Recorrí varias veces en el otoño de 2015 aquellos pasillos, entre mirlos y urracas, buscando el lugar donde querría Ernesto ser recordado, convertido al final en una puerta con la que conectar la vida y la muerte, el pasado y el presente, con el tiempo detenido a la espera de que nos encuentren, vivos o muertos.

"Las urracas saltaban de lápida en lápida, picoteando con frustración por no poder arrancar las letras, brillantes y metálicas".

No hay comentarios:

Publicar un comentario