viernes, 12 de enero de 2018

Ese manto ciego y sordo...

"Sintió un calambrazo helado que le hizo abrir aún más los ojos para observar con espanto los viales y los camiones, sepultados por una inmensa nevada". Foto Miguel Jiménez (Puerto Seco Coslada -2010)
La nieve todo lo transforma, todo lo detiene, incluso aquello que debe permanecer inalterado e irrefrenable, como la logística. La nieve es por definición un enemigo, contra el que lucha la previsión, un manto asfixiante contra el que sólo cabe un puñado de sal y la impredecible anticipación.
La nieve sepulta, la nieve bloquea, la nieve retiene e incluso la nieve traiciona con ese corazón de hielo que amenaza con arrojar contra la cuneta a camiones, aviones, vagones y, sobre todo, personas y cargas.
Nadie duda de su fuerza y, en cambio, nadie entiende su victoria, nadie la concibe porque, aún cuando más arrecia, siempre resulta en apariencia lenta, pesada, blanda, frágil, capaz de ser destruida con la leve presión de un dedo.
Empieza a caer la nieve y nada se detiene y los aviones siguen queriendo despegar, y los trenes siguen queriendo circular, y los camiones siguen queriendo rodar, y los hombres y mujeres siguen queriendo subirse con sus familias a los coches porque qué puede pasar, qué puede ocurrir, por mucho que nieve, por mucho que haya nieve cómo no se va a poder pasar, cómo no se va la va a poder derrotar.
Pero no se la derrota, a poco que arrecie toma ventaja y si, además, llega la noche, estamos perdidos, Cuando baja la intensidad en las pistas, en las vías, en las carreteras, la nieve impone su ley natural y nos regala ese envoltorio bajo el que nada es lo mismo ni puede ser lo mismo.

"José Antonio se acercó al depósito para hacer una foto, arrepentido de no haber caído en la cuenta de ello cuando toda la terminal ferroviaria estaba sepultada". Foto Miguel Jiménez (Puerto Seco Coslada-2010) 
La nieve, protagonista en la novela "Tiempo de Tránsito", tiene dos emociones básicas que surgen hasta en aquellas actividades o momentos donde todo parece fluir de modo mecánico y automático, como la logística.
En el primer instante la nieve provoca una profunda fascinación, un impacto de belleza deslumbrante, porque ante tus ojos están las calles de siempre, las casas de siempre, la terminal ferroviaria de siempre, sus viales, sus contenedores, sus raíles, sus grúas, es lo mismo pero distinto, con el disfraz de una límpida, elegante y hermosa blancura.
Además, todo parece en silencio, todo parece en paz amortiguado por esa capa ciega y sorda que te dilata las pupilas y que sólo te deja contemplar y admirar.
Te paras ante la estampa, las mejillas congeladas, el vaho incandescente, extasiado, paralizado... Y engañado, porque a cada minuto que pasa estás más atrapado.
Y es que, en cuanto se disipa la fascinación, te sepulta el miedo y la angustia porque siempre amanece, cuanto antes hay que reemprender la marcha, hay que volver a la actividad, el día debe seguir su curso y hay que ir al trabajo, llevar a los niños al colegio y los aviones tienen que volver a despegar, los camiones a circular y los trenes tienen que partir y las grúas operar. Surge la sensación de estar atrapado, de no poder salir y, si se sale, de hundirte aún más bajo la tela de araña blanca o, a lo peor, perder el control y chocar contra el duro corazón de esa realidad pétrea engañada bajo el algodón espumoso.
La nieve deja de ser hermosa, la nieve se convierte en un problema que durará hasta que todo vuelva a fluir con normalidad.

"José Antonio vio confirmados sus temores. Los poco más de 100 metros de acusado desnivel habían quedado sepultados sin más prueba de su existencia que un reguero firme de pisadas que se adentraba hacia arriba".
Foto Miguel Jiménez (Puerto Seco Coslada-2010)
Para muchos lo ideal sería un paisaje de nieve, pero sólo en los tejados y en las cunetas, todo blanco, sí, menos las carreteras. Pero la nieve no es selectiva y, además, cuando se asoma en las postales con los surcos negros del alquitrán y las cicatrices férreas de los raíles, sí, aún hay ahí belleza fundida con la tranquilidad de una ciudad en marcha, pero esa estampa es infinitamente menos bella, porque si algo tiene de hermoso la nieve es lo virginal, ese esa blancura impenetrable y preservada sobre la que nadie ha puesto sus manos ni sus pies.
Es esa foto la que lamenta no haber hecho José Antonio en "Tiempo de Tránsito", que lógicamente llega a Terminal del Jarama obsesionado con desbloquear vías y accesos y sólo más tarde cae en la cuenta de cuán bello habría sido inmortalizar la terminal nevada.
Sólo así habría podido ver con más claridad el origen y destino del reguero de pisadas que esa noche se había adentrado en la terminal en busca de...
...mejor leerlo en la novela.

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