"Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver… Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos…" Memorias de Adriano (Marguerite Yourcenar)
viernes, 12 de enero de 2018
Ese manto ciego y sordo...
La nieve sepulta, la nieve bloquea, la nieve retiene e incluso la nieve traiciona con ese corazón de hielo que amenaza con arrojar contra la cuneta a camiones, aviones, vagones y, sobre todo, personas y cargas.
Nadie duda de su fuerza y, en cambio, nadie entiende su victoria, nadie la concibe porque, aún cuando más arrecia, siempre resulta en apariencia lenta, pesada, blanda, frágil, capaz de ser destruida con la leve presión de un dedo.
Empieza a caer la nieve y nada se detiene y los aviones siguen queriendo despegar, y los trenes siguen queriendo circular, y los camiones siguen queriendo rodar, y los hombres y mujeres siguen queriendo subirse con sus familias a los coches porque qué puede pasar, qué puede ocurrir, por mucho que nieve, por mucho que haya nieve cómo no se va a poder pasar, cómo no se va la va a poder derrotar.
Pero no se la derrota, a poco que arrecie toma ventaja y si, además, llega la noche, estamos perdidos, Cuando baja la intensidad en las pistas, en las vías, en las carreteras, la nieve impone su ley natural y nos regala ese envoltorio bajo el que nada es lo mismo ni puede ser lo mismo.
En el primer instante la nieve provoca una profunda fascinación, un impacto de belleza deslumbrante, porque ante tus ojos están las calles de siempre, las casas de siempre, la terminal ferroviaria de siempre, sus viales, sus contenedores, sus raíles, sus grúas, es lo mismo pero distinto, con el disfraz de una límpida, elegante y hermosa blancura.
Además, todo parece en silencio, todo parece en paz amortiguado por esa capa ciega y sorda que te dilata las pupilas y que sólo te deja contemplar y admirar.
Te paras ante la estampa, las mejillas congeladas, el vaho incandescente, extasiado, paralizado... Y engañado, porque a cada minuto que pasa estás más atrapado.
Y es que, en cuanto se disipa la fascinación, te sepulta el miedo y la angustia porque siempre amanece, cuanto antes hay que reemprender la marcha, hay que volver a la actividad, el día debe seguir su curso y hay que ir al trabajo, llevar a los niños al colegio y los aviones tienen que volver a despegar, los camiones a circular y los trenes tienen que partir y las grúas operar. Surge la sensación de estar atrapado, de no poder salir y, si se sale, de hundirte aún más bajo la tela de araña blanca o, a lo peor, perder el control y chocar contra el duro corazón de esa realidad pétrea engañada bajo el algodón espumoso.
La nieve deja de ser hermosa, la nieve se convierte en un problema que durará hasta que todo vuelva a fluir con normalidad.
Es esa foto la que lamenta no haber hecho José Antonio en "Tiempo de Tránsito", que lógicamente llega a Terminal del Jarama obsesionado con desbloquear vías y accesos y sólo más tarde cae en la cuenta de cuán bello habría sido inmortalizar la terminal nevada.
Sólo así habría podido ver con más claridad el origen y destino del reguero de pisadas que esa noche se había adentrado en la terminal en busca de...
...mejor leerlo en la novela.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario