viernes, 5 de junio de 2020

Faro salvador


Quienes me queréis debéis saber que ha muerto Salva, en África, como él quería; abatido por el corazón, como el presuponía; pero aún pronto, como no imaginaba, porque su sueño, el más personal e íntimo aún seguía sin estar del todo completo.

Quise que su nombre apareciera expresamente en mi biografía de "Tiempo de Tránsito" porque él fue esencial en mi vida, en lo personal y en lo profesional, y porque de una manera pública necesitaba decirle ¡Gracias!

Hicimos cosas grandes, Salva, muy sencillas y humildes pero muy grandes, en aquel rincón de la calle Monserrat donde tú te sentías un poco desterrado y metafóricamente encerrado, pero donde con Javi abrimos puertas y ventanas y reventamos las ganas de gritar que otro mundo era posible y de lograr otro mundo posible, más justo, dando voz a los sin voz con nuestra humilde pero descarada voz.

Porque tú no viste en Javi y en mí a dos pipiolos imberbes y desbocados, ni viste a dos ilusos enfermos de juventud, ni creíste que fuéramos aún dos proyectos. Simplemente hiciste lo que hace todo gran maestro, tú, que no te sentías maestro de nada, tú, que entre el castellano, el catalán, el italiano, el francés, el kirundi y el musey ya no sabías qué idioma hablabas y que en cambio nos diste un papel y nos dijiste, escribe; nos diste una voz y nos dijiste, habla; nos diste un camino y nos dijiste, camina y escribimos, gritamos y caminamos y nos hicimos periodistas y nos hicimos personas con la fe, tu fe, de quien solo necesitaba decir "levántate y anda".

Podría medir el éxito de aquello con los ojos consumistas de los ratios y las audiencias, vanagloriarnos de que convertimos aquel boletín de los Misioneros Javerianos en una revista con más de 55.000 suscripciones, con la que te topabas a la vuelta de cada esquina en cualquier rincón de España, que la gente transcribía y difundía sin reparo por los vericuetos de aquel incipiente internet, "la hojita más bonita del mundo" que decía el P. Giancarlo, afanado en contestar las cartas que llegaban cada día en aquella tarea que al fin y a la postre nos permitía incrementar grano a grano la solidaridad de donaciones que iban a proyectos para pueblos y comunidades en tantas misiones, una humilde mancha de aceite que se extendía y que nos llevó a Javi y a mí incluso a dar conferencias acá y allá y donde no sé qué causaba más sorpresa si nuestra convicción o nuestra insultante y bisoña juventud.

Pero el verdadero éxito de aquello, al menos en mi caso, fue tu contribución a ese paso de joven a hombre, a ese tránsito siempre en un tiempo tumultuoso en el que uno busca referentes y en el que yo me encontré contigo, Salva, con tu Dios de la calle, con tu verbo impetuoso, con tu vehemencia prudente o con tu prudencia vehemente, al pan, pan, al vino, vino, la verdad por delante, los sueños irrenunciables, la lucha inagotable, la esperanza sin desesperación, la desesperanza siempre esperanzada y, sobre todo, ese corazón abierto para tantas mañanas y tardes y tantas sobremesas en aquel oscuro despacho con tu maldito cigarro siempre encendido y tu sonrisa, destartalada, estentórea, pero tan sincera, pero tan sencilla.

Por allí aprendieron a pasar tantos grandísimos periodistas, tantos, los Lobo, los Armada, los Gervasio, los Schlichting, con el afán de escuchar, tantos reporteros que sabían que la verdad de lo que pasa en el mundo es de quien lo pisa aunque te persigan, es de quien aguarda aunque te busquen, es de quien está al lado del que sufre siempre, siempre, aunque las balas te rocen o te golpeen por la espalda.

Ahora bien, Salva, a mí me tuviste por delante de todos ellos, a mí, a aquel simple becario en ABC que una tarde noche de sábado, con toda la dirección del periódico de fin de semana, escuchó al "buda" Pastrano, al frente de rebote en la guardia, decir que se caía la columna del corresponsal en Liubliana, Pastrano, que me mandó meter no sé que mandanga en ese hueco y al que le dije "NO" porque yo tenía un tema que me había contado Salva.

-¿Estás seguro? -me dijo Pastrano.
-Sí.
-Pues rapidito que no queda nada para el cierre.

Y así fue la historia de aquella columna: "Bandas armadas asaltan el obispado de Kenema", rezaba el titular, tiro bien enfocado que a partir de ahí me hizo llenar páginas y páginas porque 12 horas después, como tú ya sabías, se confirmó el secuestro de los Hermanos de San Juan de Dios y yo me apunté la medalla y desde entonces estuve un año navegando entre el horror de Sierra Leona, las masacres en el Congo, más secuestros de misioneros en Ruanda, el hambre en Sudán, las persecuciones en Guinea y aquel célebre episodio de la viagra y el dictador nigeriano Abacha, paradigma de cómo se pueden dar exclusivas a 5.000 kilómetros de distancia cuando se tiene al lado los ojos de los misioneros, al pie de la calle en todos los rincones del mundo.

No olvidaré jamás aquel gabinete de crisis cuando el secuestro del P. Luis en Sierra Leona, yo en la sala grabando para Telecinco, tú al teléfono con la Ser y la ilusión de que todos habían escapado con vida, convencidos con esa palabra tan tuya, tan verdadera y tan sincera, de que aunque todo era una "MIERDA" aún así a todo había que hacerle frente con pasión para lograr no perder en el horizonte el ansia de la felicidad de todos, absolutamente todos.

Quiere el sino de esta vida que te hayas ido apenas unas semanas después de ese pedazo de pan que era Giancarlo, él abatido en Madrid por el Covid-19, Giancarlo, quien todavía me escribía de vez en cuando para corregirle los textos traducidos del italiano e intentar sublimar su castellano, siempre atento a la escucha de cada viejita que donaba con la excusa de que la escucharan, atento al impulso de cada joven que donaba con el ansia de cambiar el mundo, Giancarlo, que se colaba tímido en la redacción con el afán humilde de que aquellos pipiolos se sintieran seguros e importantes para alzar la voz, Giancarlo, con aquella finísima ironía que hacía sobrellevar todo con humor e ilusión. Nunca olvidaré la carta de un amable lector que un día nos leyó con delectación: "Queridos misioneros. Les rogaría que anulen la suscripción a la revista. No es necesario que me la manden más. Hace un mes que nos cambiaron el sistema de calefacción y ya no la necesito para encender la lumbre".

Y te has ido, Salva, días después de que lo haya hecho Costalonga, también por Covid-19 en la casa madre de Parma, Costalonga, ese genio que sublimó la misión de la mano de una cámara fotográfica y cuyas diapositivas y originales manoseábamos y recortábamos sin cesar en aquella redacción artesana en la que perseguíamos con la mirada de un niño, los brazos de una madre o las manos de un padre poder llegar a las conciencias más allá, siempre más allá.

"Me han jodido", repetías con sorna tras cada conclave de la orden, tras cada nuevo cargo de superior o de miembro de la dirección general, con la mueca torcida de quien preferiría otro camino y la mirada firme de quien asume su deber con responsabilidad y se pone como meta entregarse al máximo sin dejar de acostarse cada noche restándole un día al calendario, cada día un día menos para volver con los más pobres al pie del cañón. Me insistías: quiero volver con los más pobres y entregarme y envejecer, como esos misioneros ancianos que terminan descansando bajo un inmenso baobab.

Al final, conseguiste volver a Chad, pero te volvieron a enredar para "organizar", como en la última etapa convertido en ecónomo de la diócesis y donde le enseñaste a toda España la misión desde aquel "Misioneros por el Mundo" donde te convertiste en el "ecónomo mendigo", con ese juego de palabras para reflejar tu desesperación por encontrar recursos para ayudar a los más necesitados en aquel lugar de inmensa pobreza.

Tuya fue la anécdota con mi libro "Tiempo de Tránsito" que más entradas ha generado en este blog (VER AQUÍ), y tuyas fueron algunas de las palabras más bonitas que se han dicho de mi libro, sinceras, como tú siempre eras.

Te vi hace apenas un año, en tu último viaje a España. Viniste a comer a casa. Te vi como siempre, fuerte, vivaz y siempre tan inmensamente respetuoso y atento con los derroteros por donde nos lleva la vida, donde cada uno tiene su lugar, su humilde pero decisivo lugar. Recordamos juntos aquel viaje a Roma con Rubén correteando por el Vaticano con apenas un año; recordamos aquel viaje a Xavier y aquel reportaje que tanto te emocionó; recordamos aquella versión mía de la "Saeta" de Serrat en aquella Pascua, recordamos, recordamos...

Te planté un plato de callos a la madrileña sobre la mesa y logré que tu mirada por enésima vez volviera a brillar, callos en honor de aquellas comidas de sábado en la calle Monserrat, donde con Javi nos deleitábamos con la cocina de María Jesús pero sobre todo con el inmenso afecto de la familia Javeriana, que para nosotros fue realmente eso, una familia, nuestra familia de afectos, ilusiones y sueños.

Te has ido como querías, en África; te has ido como presuponías, abatido por el corazón; te has ido en silencio y, aunque aún estando tan lejos te echo de menos, no siento un vacío, me siento lleno, pleno, porque llenaste mi vida de valores, de pasiones, de sueños y de un magisterio perenne, faro en la oscuridad, faro salvador, tú, Salva, que te vas pero, gracias a Dios, tanto, tantísimo nos dejas.





4 comentarios:

  1. Miguel: soy Benjamin de los Javerianos, ¿donde puedo comprar tu publicacion aqui en Madrid?, mi email orusco@gmail.com

    ResponderEliminar
  2. Hola Benjamín. Qué alegría saber de ti. Puedes adquirirlo físicamente en:

    Librería Robinson c/ Santo Tomé 6, Madrid

    O por internet en
    http://www.nauticarobinson.com/libros/tiempo-de-transito/9788461758784/

    O en Amazon
    https://www.amazon.es/Tiempo-Tr%C3%A1nsito-Miguel-Jim%C3%A9nez-Roll%C3%A1n/dp/8461758781/ref=tmm_pap_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=1591522138&sr=8-1

    En cualquier caso, juraría que Juan Carlos tenía un ejemplar, por si quieres ver si lo guardaba.

    Un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
  3. Buenísimo, tocayo!!! Fuerte abrazo desde Murcia

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Un abrazo muy fuerte Miguel. Espero que todo te esté yendo estupendamente!

      Eliminar