Tuve el placer hace unas semanas de compartir mesa y mantel con un conocido y reconocido editor. Alimentaba la conversación la creación literaria, hasta que todo derivó en confesar cuántos libros había publicado cada uno de los presentes.
Preparado por si me llegaba el turno, me sentía en cierto modo tranquilo: "uno y... casi dos" no me parecía tan mala respuesta, hasta que alguien se saltó el orden de intervención en la ronda y preguntó directamente al citado editor con inocencia y sin, eso sí, dar nada por supuesto.
-Y tú, Carlos (nombre ficticio), ¿has escrito y publicado algún libro?
-Sí, sí, yo sí -contestó con tono de contención-. Serán unos... veinte o veinticinco -afirmó con respetuoso pudor.
Se lo confieso, en ese mismo momento la ronda se acabó. No hubo ganas entre los presentes para más recuentos.
Esta mañana, cuando he abierto el paquete con los primeros ejemplares de "El cese", recién salidos del horno de Kolima Books, he recordado a este editor tan afortunado que ya perdió la cuenta del número exacto de libros que publicó y he pensado en lo que se debe sentir cuando abres la caja con tu libro 23 ó 24 ó veintinosabescuánto.
Es posible que para entonces se haya perdido mucha de la magia de las primeras veces, haya desaparecido esta mezcla de emoción y vértigo que siento hoy, esta ansia de palpar y oler, este goce para los ojos y el alma de ver tu obra aparecida y corpórea con portada y solapas, magia que me apresuro a intentar retener, a conservar para preservarla del olvido, no sea, quién sabe, que un día tenga la dicha de llegar a veintitantos y sea necesario no haber perdido ni la esencia ni la perspectiva.
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