lunes, 22 de mayo de 2017

Pedro Páramo, Juan Rulfo y la logística (I)


En estos días se celebra el centenario del nacimiento de Juan Rulfo, ese inmenso Salinger mexicano de atmósferas y simbolismos fatales que alcanzó la cumbre de las letras con su única novela, "Pedro Páramo", hito esencial tanto por su fondo como por su forma en el devenir de "Tiempo de Tránsito".

Muchos sois los que en estas últimas semanas me habéis confesado que leer "Tiempo de Tránsito" os ha llevado a su vez a leer o incluso releer "Pedro Páramo", en busca de esa profunda perturbación que arroja a los protagonistas de la novela al universo de la obra de Juan Rulfo como eje poético y práctico, como herramienta y como metáfora.

Al sumergiros en "Pedro Páramo" habréis zozobrado, seguro, como lo hizo Ernesto, como lo hizo su madre, Doña Amalia, como lo hizo José Antonio, pero igualmente habréis sucumbido a ese fascinante e irrespirable peregrinaje de polvo, huesos y tumbas que esboza el drama de los que fracasaron mientras vivían y los que descubrieron su fracaso mientras morían.

La edición con cuya portada se abre este artículo es exactamente la que aparece en "Tiempo de Tránsito".

"A José Antonio le llamaron la atención los dos ejemplares de 'Pedro Páramo', juntos, en el lugar correspondiente al perfecto orden alfabético con el que Patricia tenía los libros dispuestos.  La edición más voluminosa mantenía el lomo blanco, sin rozaduras. Parecía nueva. A la otra, de tapas negras, con la pequeña ilustración de una calavera devorando una sandía, se la veía maltratada por el tiempo, el sudor y la falta de un papel de periódico que en alguna relectura hubiera protegido sus tapas".

Es la edición que encuentra José Antonio en la estantería de Ernesto, con esa página 72 cuya imagen fiel recoge la fotografía bajo estas líneas.

Páginas 72 y 73 de la edición de "Pedro Páramo" de Cátedra.
En ella aparece deslumbrante esa frase que repiquetea incansable en la conciencia de José Antonio y que, al fin y a la postre, representa el corolario premonitorio de "Tiempo de Tránsito".

“Yo voy más allá, donde se ve la trabazón de los cerros. Allá tengo mi casa.”

No fue fruto de una persecución minuciosa ni elitista, ni siquiera estaba apuntada con esmero en papel alguno y ni mucho menos había una intención premeditada de buscar inspiración en "Pedro Páramo".

Simplemente surgió, surgió Juan Rulfo, surgió su cumbre y, como quien abre la Biblia en busca de un versículo inspirador, surgió esa frase, desbordante de horizontes imposibles, de mañanas sin mañana, cautivadora y misteriosa porque su voz no podía ser más que un susurro, una calima que se enreda en los pulmones y hay que desentrañar entre la paciencia y la angustia, entre la necesidad y la asfixia.

A partir de ahí todo cobra sentido porque "Tiempo de Tránsito" sería menos "Tiempo de Tránsito" sin "Pedro Páramo", porque todo sería tiempo, porque no habría tránsito sin ese via crucis sin principio ni fin de Juan Preciado, porque nada podría contextualizar mejor la búsqueda de José Antonio que este libro de ánimas que parió Rulfo en el que uno nunca termina de saber cuándo están los personajes vivos y cuándo están muertos, más o menos lo mismo que le sucede a José Antonio.

Los grandes estudiosos de la obra de Rulfo ponen el acento en el simbolismo del lenguaje y sus hechos, en el minimalismo de la palabra y sus infinitas evocaciones, en la revolucionaria estructura y en esa eterna posibilidad de eternizarse buscando explicaciones y sentidos a todo aquello ante lo que Rulfo terminó rindiéndose porque las obras no son de quienes las escriben, sino de quiénes las leen y aunque el autor tenga claro el sentido y las intenciones no hará más que gritar en el desierto ante quienes se extasían yendo más allá. 

En cualquier caso, para mí lo más complejo y lo más admirable de "Pedro Páramo" es su atmósfera, algo que se lee pero que no entra por los ojos, algo que te llena pero que apenas masticas, algo que te asfixia aunque no lo hueles, algo que te descarna la piel aunque no lo rozas, un silencio que te vacía aunque no lo escuchas, una mezcla de angustia, de nostalgia, de rabia, de resignación, de melancolía, de tormento, de venganza, de rendición y de perdición siempre con ese halo de misterio que acompañó a la obra y al autor, en todas y cada una de sus facetas.

Una de las más desconocidas de Juan Rulfo fue su pasión por la estética logística, una razón más para dotar de pleno sentido el hecho de que tanto él como "Pedro Páramo" ocupen un destacado lugar en "Tiempo de Tránsito".

Sobre el Rulfo logístico hablaremos largo y tendido en el próximo artículo, pues su atmósfera en este ámbito fue y es tanto o más cautivadora. 

Juan Rulfo (1917-1986).

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