"Tiempo de Tránsito" es una novela de invierno, aterida por el hielo, sepultada por la nieve, entumecida por la lluvia y los charcos, recogida en las sombras de las nubes, en los regueros embarrados de los alcorques, asfixiada de bufandas en la frustración de rayos trémulos de un sol que sólo amanece en un oriente lejano y exiliado. Todo es invierno porque todo es tránsito en busca de la primavera.
Aún así, el estío trenza sus nudos férreos en este telar de los pasos perdidos porque no hay ayer sin verano, porque no hay nostalgia sin agostos, ni melancolía sin cualquier tiempo pasado donde brille siempre el sol y su contraluz tiña de anhelo lo que fue, lo que se amó, lo que se fue.
El verano en "Tiempo de Tránsito" es, para Patricia, "esa ventana que dejaba pasar a media mañana un rayo de luz que llenaba la inmensa pared del salón y teñía de hogar todo lo que rozaba", esa ventana, en la casa de Conde Orgaz, "con aquella piscina a la que, al atardecer, bajaban planeando las golondrinas para beber agua; con las cortinas amplias y pesadas que casi abrigaban con sólo mirarlas; con aquellos setos de flores rojas y la alfombra de césped por la que gateaba Paula; con aquella foto cosida en el centro del salón con la que Patricia enterró, de pura rabia, el abandono de quien, miraras la foto que miraras, pasaría a la posteridad por no dejar jamás de sonreír".
El estío es para José Antonio, "el verso de Charles Bukowski que un iluminado había bordado con pintura blanca en el asfalto y que ni el hielo, ni la lluvia, ni el calor abrasador en verano habían conseguido borrar desde hacía cinco años".
Es "barrer y barrer y siempre barrer, que era lo que tenía que hacer todas las mañanas en La Pedrera como condición para poderse ir a jugar en los veranos de soles inmensos, con aquellos pinos que resquebrajaban las baldosas de la parcela, con su perenne manto de púas secas sobre el que su madre flotaba con los brazos repletos de escobas de paja que repartía entre la familia".
Había sido para Paco, el padre de Ernesto, aquella "tontería" de ser torero: "Paco también quiso que fuera torero y por San Isidro iba con él a ver los toros a la Venta del Batán y Ernesto venía dibujando verónicas con el abrigo y agarraba el mantel y un paraguas y con su muleta se metía en el cuarto, pero aquella tontería le duro un verano, el tiempo suficiente para que Paco se convenciera de que estudiar era la única forma segura de hacer que ganara dinero".
Verano, que para doña Amalia era "la colcha, en la que dormía con Ernesto las siestas cuando sólo era un niño y leía tebeos y reía y le daba patadas para que callara y se durmiera".
Verano, el de Aurelín, cuando su madre "le pilló abrigando a Patricia con su chaqueta y mesándose la barbilla. 'Cuando ligas eres igual que tu padre, te frotas el mentón como Aladino su lámpara, sólo que ese genio sólo concede un amor por vida y tú te las quieres tirar a todas', le dijo en el Club Náutico de Marbella, el sol en lo alto y la manzanilla fresquita. Eran otros tiempos, seis años atrás, una eternidad".
Verano: "... los cañaverales en verano, aquellos cañaverales..."
.... y aquella otra "piscina en cuya orilla moría la melancolía y los tiempos que nunca volverían, en los que José Antonio se refugiaba porque quería regresar a las tardes de resina y piñones cascados a pedradas; de carreras interminables y pedales sin freno con su 'California X-2'; de abrasarse bajo el sol sin más protección que los densos pegotones de la lata azul de Nivea; de la tierra mojada por la manguera; de las avispas que devoraban las uvas de la parra; de despertarse a las siete de la mañana, con el pitido cadencioso de Radio Hora en el pinganillo del abuelo; y de ver ponerse los últimos rayos del sol con la pasión de Encarna, desatada en el transistor, que la abuela encendía mientras se hacía las uñas en el borde de la piscina, allí donde moría su melancolía y las gotas de lluvia dibujaban hondas, como los hombres cruzan sus vidas".
Al final llueve, siempre llueve... aunque fuera verano en el invierno de "Tiempo de Tránsito".
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