lunes, 9 de octubre de 2017

Conrad, el "Patna" y la huelga de estibadores que cambió su rumbo

Estibadores del puerto de Londres, durante la gran huelga de 1889.
Joseph Conrad está muy presente en "Tiempo de Tránsito" porque una novela ambientada en el mundo de la logística no podía dejar pasar la oportunidad de rendir homenaje a uno de los insignes "logísticos" que a lo largo de la historia han brillado con luz propia en el panorama de las letras universales.

Joseph Conrad en su época como marino mercante.
Marino mercante a tiempo completo durante más de 20 años y a menudo encasillado como un escritor de temas marinos, Conrad va más allá en su obra literaria de una mera descripción folletinesca de su anecdotario en el mar e, incluso, de una simple utilización de sus experiencias vitales como un morboso escenario o un argumento fácil para exponer las bajezas morales de la humanidad. Ni siquiera encontramos en sus obras el tono, el estilo y el enfoque de quien simplemente quiere contar lo que pasa, como mero testigo.

Conrad excede en sus obras de este reduccionismo para demostrar que la marina mercante es un escenario humano y real, un ambiente donde la gente vive, siente, disfruta y padece, un lugar capaz de transmitir nuestra esencia y nuestros sentimientos. Sí, hay robos, saqueos, muertes, borrachos y asesinos, pero eso es sólo una parte de un mundo desconocido para muchos, donde no sólo hay barcos que van de acá para allá, sino personas que viven en ellos y viven de ellos, y además en un entorno tan cautivador como hostil, tan placentero como traicionero.

Este es también el espíritu de "Tiempo de Tránsito", cuyo protagonista, José Antonio, también marino mercante en su juventud, se había ganado en sus años en la mar el apodo de Jim en honor a la célebre novela de Conrad, "Lord Jim", y a su relato del naufragio del buque "Patna", inspirado en el accidente real del "SS Jeddah", barco en el que en 1880 viajaban cerca de mil peregrinos rumbo a la Meca cuando una vía de agua se abrió y la tripulación decidió abandonar a su suerte al pasaje y al buque ante lo que consideraban un inminente hundimiento. El capitán llegó a decir al llegar a tierra que durante el hundimiento el pasaje se había tornado violento. Meses después, el "SS Jeddah", como el "Patna" de "Lord Jim", fue encontrado a la deriva y con la mayoría de sus pasajeros aún a salvo: no llegó a hundirse. La tripulación fue sometida a un juicio sumarísimo, igual que en "Lord Jim".

Cuando en la novela de Conrad le preguntaron durante el juicio a Marlow, protector de Jim, a la sazón piloto del "Patna", por qué creía que aquel joven había huido, por qué había dejado dormido y a su suerte al pasaje del "Patna", este contestó sin dudar: “Quizá no tenía miedo a morir, pero les diré una cosa, tenía miedo de la emergencia”.

Cuando el capitán del “Cassiopea”, crucero en el que José Antonio era el segundo de a bordo, se enteró de cómo había obrado nuestro protagonista a bordo del buque durante un incendio en las cocinas, obviando todos los protocolos de emergencia y de evacuación y sin poner en alerta a nadie, José Antonio translució lo mismo que Jim, su terror a la “emergencia”, de ahí su apodo.

Imagen del "Duke of Sutherland", el clíper lanero en el
que Conrad trabajó con su primer contrato de marino mercante.
Tal y como se relata en "Tiempo de Tránsito", "en aquellos momentos en que no avisó al capitán nunca tuvo miedo a la muerte; en aquellos momentos en que no pidió ayuda a otros miembros de la tripulación nunca tuvo miedo a la muerte; en aquellos momentos en los que ni activó el protocolo de emergencia, ni movilizó al pasaje, ni los preparó para el inmenso riesgo potencial existente nunca tuvo miedo a la muerte. Ni a la suya ni a la de pasajeros y tripulantes.
Lo único que le asfixió fue tener que apretar el botón y que sonaran las sirenas, que cientos de ancianos y ancianas se despertaran desorientados y en pijama, que advirtieran el profundo olor a quemado y que la histeria, la angustia y el drama recorriera el barco, los chalecos, el pavor, los botes, la desesperación, el no saber qué pasa ni qué iba a pasar y un sálvese quien pueda colectivo que tal vez pudiera desviar la atención de lo que a él le parecía esencial: apagar el fuego".

José Antonio lograría sofocar el fuego y virar el rumbo para devolver al pasaje a puerto sano y salvo y sin que nadie se enterase de nada.

"'¿Por qué desatar el miedo para nada?', se preguntaba José Antonio con el ventajismo que le otorgaba el que su órdago hubiera sido ganador. Para muchos pasajeros aquello podría haber sido una pesadilla y, en cambio, había quedado reducido al insignificante fastidio de volver a pasar el día en aquella playa..."

La enseñanza final es que, en estas circunstancias de riesgo, los que vemos la logística desde fuera nos creemos que todo se reduce a ese facilón maniqueísmo de la vida y la muerte, del miedo y el valor, de la cobardía y la valentía, cuando la clave del comportamiento humano puede ser ni más ni menos que la "emergencia", capaz tanto de paralizarte y provocar la huida, que es el caso de Lord Jim, como de empujarte a la desesperada hacia el frenesí de intentar lograr que no haya pasado "nada", que fue el caso de José Antonio.

Para abundar en estas esencias del comportamiento humano, en estas emociones tan primarias como ineludibles, tan impulsivas como desconocidas, es una ventaja haber estado ahí durante 20 años, recorriendo el mundo en la cubierta de tantos y tan variados mercantes y, eso sí, tener la fortuna de vivirlo y, después, el don de contarlo, un salto no siempre fácil.

En el caso del capitán Józef Teodor Konrad Korzeniowski, el empujón para convertirse en el insigne escritor Joseph Conrad estuvo en la gran huelga de estibadores del puerto de Londres de 1889.

Manifestación de estibadores y sus familiares durante la gran huelga de Londres de 1889.
Ese año Conrad acababa de regresar a Londres de vivir su experiencia profesional más exitosa como capitán del barco “Otago”. Estaba ya por entonces intentando escribir su primera novela, “La locura de Almayer”, aunque a lo largo de esos meses intentó buscar un nuevo embarque, eso sí, sin éxito.
El mercado estaba saturado, pero lo peor es que en agosto se inició una huelga que secundaron tanto los portuarios sindicados como los que no y que paralizó el puerto londinense y dejó a Conrad sin perspectiva alguna de trabajo.

Un total de 13.000 hombres, según recoge John Stape en “Las vidas de Conrad”, se negaron a trabajar dadas las condiciones laborales humillantes que sufrían.
Cada mañana, miles de portuarios se agolpaban en los muelles, donde dispuestos como “ganado”, según las crónicas de la época, eran seleccionados por los capataces, que siempre elegían a lo más jóvenes y a los más fuertes. El resultado es que la mayoría apenas trabajaba unas horas a la semana, por lo que el salario (de cinco peniques la hora) les hacía vivir en la más absoluta miseria.

Durante las semanas que duró la huelga, cada día había una multitudinaria manifestación en Tower Hill, en la que los hombres llevaban una cinta de cobre en la cabeza y las mujeres y los niños portaban picas en las que llevaban clavada su comida: mendrugos de pan y cabezas de pescado.

La extraordinaria reacción de la clase trabajadora sacudió el sistema y tras cinco semanas los empresarios cedieron. Aceptaron pagar seis peniques la hora y ocho peniques la hora extra y establecieron el compromiso de contrataciones más regulares.

Detalle del "Roi de Belges", el vapor con el que
Conrad remontó el río Congo y que inspiró su obra
"El Corazón de las tinieblas".
A mediados de septiembre, poco después de que la “gran huelga de los muelles” terminara en victoria para los estibadores y trastocara para siempre la organización del trabajo y de los trabajadores en Inglaterra, Conrad no tuvo más remedio que resignarse ante el panorama reinante y poner sus ojos en Bélgica en busca de mayor suerte para embarcarse. Surgió así el contacto con la Sociedad Anónima Belga para el Comercio del Alto Congo y su experiencia africana, de la que volvería transformado y que le abocaría definitivamente a dedicarse a tiempo completo a la literatura.

Tal y como recuerda John Stape, Conrad iba a África “en busca de ‘los puntos más oscuros de la tierra’, de tal forma que su experiencia de las profundidades de la inhumanidad y la rapiña y el cinismo alterarían para siempre su visión del mundo”.

En Kinshasa se embarcó en el “Roi des Belges”, un dudoso vapor comandado por un danés de apenas 24 años que caería enfermo a mitad de trayecto. Conrad asumió el mando a lo largo de un viaje que inspiró la célebre novela “El corazón de las tinieblas”, obra clave del modernismo literario occidental. Al poco de regresar a Kinshasa, Conrad enfermó y profundamente desencantado por la tragedia africana volvió a Inglaterra, iniciando su definitivo declive como marino, pues ya no volvería a embarcarse en ningún mercante.

Aún viviría un par de embarques más, pero ya en buques de pasaje, dando paso de inmediato a su vida como escritor. Alguien diría con cierto desprecio que se perdió un marino para la intrahistoria pero se ganó un escritor para la eternidad, pero lo cierto es que ese marino nunca se fue, permaneció vivo en el corazón de Conrad, lo que resultó fundamental para encumbrar su literatura.

Sin la perspectiva logística Conrad sería menos Conrad o, mejor dicho, no sería Conrad.

Una de las escasas fotografías de Joseph Conrad a bordo de un barco, en concreto el trasatlántico "Tuscania", cuando ya era un escritor consagrado, apenas un año antes de su muerte, durante el viaje que le llevó de Glasgow a Nueva York.

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