miércoles, 2 de mayo de 2018

Llegó la hora de vengar a Del Bosque, a Camacho... y al logístico Sabido

Final de la Copa de Europa 1981. Kennedy marca ante la infructuosa estirada de Agustín y la angustiosa mirada de Sabido.
Hubo un tiempo en el que el Real Madrid no ganaba Copas de Europa, un tiempo que llegó a sepultar de telerañas la gloria pasada y había convertido la máxima competición continental en ese maldito espejo en el que cada vez que te asomas te recuerda lo que fuiste y parece imposible que vuelvas a ser.

Hoy solo nos acordamos de que en los últimos 20 años el Real Madrid ha jugado seis finales de la Liga de Campeones, que ha ganado otras tantas Copas de Europa y que, además, el próximo 26 de mayo puede ganar una séptima, es decir, ya una más que las ganadas en la primera época, para sumar un total de TRECE.
Ahora bien, no hay que olvidar que entre la Copa de Europa del Madrid Ye-Ye de 1966 y la "Séptima" de 1998 el conjunto blanco pasó 32 larguísimos años de sequía absoluta, 32 años lejos, muy lejos, de la gloria en la máxima competición continental, 32 años además con tan sólo 16 participaciones.

Final de la Copa de Europa de 1981. Parque de Los Príncipes (París).
Equipo titular: Arriba, Stielike, Agustín, Sabido, García Cortés,
García Navajas y Camacho. Abajo, Juanito, Del Bosque, De los Santos,
Cunningham y Santillana.
Son 32 años perdidos en la memoria, hasta tal punto que ha quedado prácticamente en el olvido que hubo un día y un partido que pudo cambiarlo todo, un instante en el que se pudo construir un puente dorado entre el pasado y el futuro, entre el blanco y negro y el color, para dar solución de continuidad a la gloria y a la historia.
Hablamos de la única final que el Madrid jugó en esos 32 años. Fue un 27 de mayo, de 1981, en el Parque de los Príncipes, en París, frente al Liverpool.

Aquel Real Madrid, para quienes lo recuerdan, será por siempre el "Madrid de los García", un apelativo a propósito de la presencia en su plantilla de García Cortés, García Navajas, García Remón, García Hernández y Pérez García (sólo los dos primeros jugaron la malograda final de París), un apelativo que siempre ha escondido cierto desdén para hacer de menos a aquel equipo y restar trascendencia a una derrota que después de tantos años de sequía fue tremendamente dolorosa.

Pero no podemos olvidar que aquel Real Madrid alineó en la final a leyendas de la talla de Vicente del Bosque, de José Antonio Camacho, de Carlos Alonso "Santillana" y, sí, de Juan Gómez "Juanito". No era un Madrid de retales, ni mucho menos un Madrid casual. Era un inmenso Madrid, que llegó a la final y que, eso sí, tras un partido tosco y trabado, casi en el último suspiro, apenas superado el minuto 83, vio como el lateral del Liverpool Alan Kennedy entraba en el área y batía de un zurdazo a Agustín. No hubo tiempo para más, 1-0 y la Copa marchó para siempre a las islas británicas. No hay más Olimpo que el del campeón. Hades devora siempre al subcampeón y más aún en el Real Madrid.

Sabido pugna un balón con Johnson en la final de París.
En el corazón de la defensa madridista de aquella final de 1981 hondeaba la melena de Andrés Sabido. "Aún siento el sabor de aquella derrota", confesó en 2008, 27 años después de la final, en una entrevista concedida a la revista "Comercio Exterior" en el marco de un reportaje en el que se analizaba la trayectoria de grandes deportistas que por avatares de la vida habían desarrollado su carrera profesional en el sector logístico.
Era inexcusable que Sabido, director Comercial durante años del principal GSA de carga aérea en España, Gen-Air, brillara con luz propia en aquel artículo, donde defendía la importancia de formar "equipo" en las empresas para alcanzar los objetivos propuestos.

Siempre he admirado a Sabido y he sentido debilidad por su trayectoria. Para aquellos que en nuestra niñez hubiéramos dado cualquier cosa por haber jugado un minuto, tan sólo un simple minuto en cualquier equipo de primera división, colmando todos nuestros sueños imaginables, alguien que no sólo ha jugado en Primera, sino que ha jugado en el Real Madrid, que ha ganado ligas, copas y que incluso ha rozado con las yemas de los dedos una Copa de Europa, nos parece la persona más afortunada del mundo.
Sabido, de nuevo frente a Johnson en la final de 1981.
En cambio, miras a tu alrededor y observas con sorpresa que la historia te termina recordando en gran parte por ese infortunio, por esa ansiada y, a la postre, malograda final que todo lo empaña. Y es algo que, en el caso de un equipo tan grande como el Real Madrid, parece que ni siquiera resulta injusto.
Y, en cambio, lo es. Claro que lo es. Aquel Real Madrid llegó hasta donde ningún Real Madrid pudo llegar en 32 años. Aquellos jugadores lo tuvieron tan cerca como ninguna otra plantilla del Madrid en 32 años. Aquel equipo merecía y merece otro lugar en la memoria, aunque el Real Madrid sólo entienda de un tipo de gloria.

En una novela como "Tiempo de Tránsito", ambientada en el mundo del transporte y la logística, la referencia a Andrés Sabido era indispensable, por un lado como un guiño a su trayectoria logística y como una reivindicación de que esta actividad puede llegar a apasionar incluso a quienes han hecho lo que a muchos les parece lo más apasionante que existe, como es ser futbolista profesional. Por otro lado, en una novela donde está tan presente la necesidad de encontrar el camino y de, pese a las caídas, volver a levantarte y seguir, la referencia a Sabido era un homenaje a lo que nos enseñaron aquellos héroes de París: levantarse y seguir. No hay otra.

Por eso en "Tiempo de Tránsito" Sabido es la obsesión infantil del protagonista, José Antonio, es el cromo de la Liga 87-88 que jamás logró completar en su albúm, Sabido, con la camiseta de Osasuna, al final de su carrera.

El cromo de Sabido que dejó incompleto
el álbum de José Antonio en su infancia.
"Su otra obsesión eran los cromos que, por una lamentable carambola, habían terminado pudriéndose para siempre en los cajones de calcetines de la casa de su tío Pablo, ante la pasividad de su madre y la rabia de José Antonio. Lejos de frustrarse, asumió el deber de mantener viva la afición de su abuelo y se lanzó a la voraz tarea de acumular rostros de futbolistas, datos de altura y peso y retahílas de equipos de procedencia, poseído por el empeño de luchar contra aquellos pertinaces agujeros negros que en los álbumes lucían desafiantes cuando se aproximaba el final de cada colección.
En el de la Liga 87-88 se le quedó para siempre el hueco de Sabido, defensa, trece de agosto de mil novecientos cincuenta y siete, 1,78 metros, 72 kilos, equipos anteriores Castilla, Real Madrid y Mallorca, desde 1985 en Osasuna, “de Pamplona”, como siempre añadía su abuelo. Dos años atrás había encontrado el cromo a la venta por internet, en la página web de un coleccionista. Logró vencer la tentación".

La historia se repite, siempre se repite, y el próximo 26 de mayo, en Kiev, Real Madrid y Liverpool volverán a verse las caras, de nuevo en una final, de nuevo en la Copa de Europa, al igual que en 1981 en París, justo 37 años después.
Los focos están centrados en si el Madrid logra su 13ª Champions, en si consigue su tercer entorchado consecutivo, en si sigue una vez más haciendo historia... aunque este partido además lo que merece es recordar la propia historia, es la oportunidad para mirar atrás y poner en valor a aquel equipo de Del Bosque, Santillana, Camacho, Juanito, Agustín, García Cortés, García Navajas, De los Santos, Cunningham, Stielike... y Sabido, es el momento por ellos de redoblar el esfuerzo y pundonor para intentar vengar aquella derrota, para vencer por ellos y para también, si el destino lo quiere y el Madrid no logra la victoria, mirarse en su espejo y volver a levantarse. En el fútbol, como en la vida, es importante ganar las finales, pero aún es más importante poder jugarlas.

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