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Foto Renault Truck |
La DGT quiere apostar por medidas concretas para incentivar el ponerse a los mandos de un camión, como reducir a 18 la edad mínima para obtener el permiso reglamentario. No obstante, a la par es necesario prestigiar y, por qué no decirlo así, glorificar la profesión de camionero cuando, hoy más que nunca, son ellos los que nos traen hasta la puerta de nuestras casas absolutamente todo lo que tenemos.
En "Tiempo de Tránsito", novela destinada a poner en valor la logística y a sus protagonistas, se desgrana una clara y rotunda reivindicación de la profesión de transportista. En un momento dado, José Antonio, su protagonista, confiesa que la de conductor de transporte internacional por carretera sería con mucho la única profesión logística a la que renunciaría y lo hace, por paradójico que resulte, tras una emocionada reflexión en la que contrapone la realidad personal y profesional de conducir un camión con su vocación de marino.
Merece la pena detenerse en un relato que no es más que un grito en defensa de tantos hombres y cada vez más mujeres que, al volante y día tras día, sacrifican parte de sus vidas para que no falte de nada en las vidas de todos y cada uno de quienes les rodean. Ahí va:
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Foto Renault Truck |
Eran las leyes de un mercado débil y atomizado, a menudo una selva donde los dueños de la mercancía imponían su ley en la contratación, dificultando que los transportistas trasladaran a los precios el incremento de los costes.
No parecía difícil viajar cargado a cualquier destino, pero la clave estaba en que había que regresar también con las alforjas llenas al punto de partida o, al menos, al vértice de otro triángulo. Retornar en vacío era una condena, cuyo indulto llevaba a menudo pintado el rostro de la desesperación y la resignación en forma de renunciar al beneficio o directamente trabajar por debajo del coste. Si había que perder, que fuera lo menos posible. La competencia era a veces dura, era a veces desleal, era a veces insoportable.
Y luego estaba conducir, con cuarenta toneladas a tus espaldas, con la responsabilidad de llegar a la hora exigida, de cumplir los cientos de regulaciones de tráfico, de tiempos de trabajo, de descanso, con la responsabilidad de tu seguridad y la de los vehículos que te rodean, lejos de casa, días enteros, lejos de tu familia, mañanas enteras, lejos del ocio y la comodidad, noches enteras, durmiendo en las cabinas o en cualquier área de descanso, ojo avizor a los ataques y a los posibles robos, y las esperas, en las fábricas, en las terminales, como aquella mañana, tiempo de no avanzar, tiempo para no partir ni llegar a tiempo, para luego quedarte tirado en cualquier cuneta a cien kilómetros de casa porque has cumplido tu tiempo de trabajo y el tacógrafo dice que no puedes avanzar más.
Conducir, con el sol asfixiante y deslumbrante, conducir, con la noche cerrada, con la lluvia cerrada, con la nieve cerrada, como aquella mañana. Conducir, para José Antonio tal vez mucho más duro, incluso, que navegar. “Y qué duro ya era de por sí el mar…”
Sí, el marino estaba perdido en la inmensidad, día y noche, en el desierto de agua, tan confiado como traicionero, tan insulso como subyugante, tan plácido como arrebatador. Estaba lejos de todo, sin más vida que el barco, sumido en el tránsito, sin posibilidad de bajar para respirar, tal vez porque uno de los lugares que más ensanchan los pulmones es el mar. Era cierto.
El conductor, en cambio, vivía a lomos de las cicatrices del mundo civilizado, sobre el asfalto de sus caminos definidos y a resguardo del mundo conocido, rodeado, en tierra, firme, en un tránsito a cobijo, porque los carteles te recuerdan a cada instante dónde estás y hacia dónde vas, sin posibilidad de pérdida, y porque el mundo siempre puede socorrerte con mayor facilidad, porque en momentos de desesperación siempre puedes levantar el pie y parar o dar la vuelta o renunciar sin esperar a ese milagro que es siempre ver dibujarse en el horizonte la silueta de un puerto después de muchos días donde sólo la decisión con la que empuja el motor te quita la profunda sensación de ir a la deriva. Era cierto.
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Foto Renault Truck |
En el barco nunca estabas solo, aunque pudieras por muchas razones sentirte solo. Había una tripulación, un equipo, una camaradería, a veces la amistad, la unión, el poder mirar a los ojos de alguien durante la singladura, una palabra en voz alta, escucharse, escuchar, una conversación, incluso enfadarse y ser respondido, con comprensión, con indignación, con obediencia o en algún momento con insubordinación, ante las dificultades, ante los problemas, ante el incierto desafío del mar, un capitán, sí, y una última palabra, definitiva, pero al final todos a una, nunca en soledad aunque te rodeara el angustioso silencio de arrastrar 300.000 toneladas de petróleo o 18.000 contenedores. La mercancía no hablaba.
El barco, además, era una rendición, una resignación, un exilio, una deportación, una expatriación, clara, definida, limitada, como cuando sabes que tu padre ha sido destinado a Alemania, como cuando asumes que tu novia vive en Nueva York, como cuando decides que tu hijo estudie en Londres. Sabes que estarán fuera un año, unos meses, unas semanas, el tiempo claro, pactado y digerido. No le esperas, no le aguardas, la angustia y la incertidumbre quedan latentes, presentes pero dormidas, y todo se resume en ir sabiendo por dónde vas y cómo estás, ayer las cartas o incluso el satélite, hoy los correos, las llamadas y constatar que me quieres y que te amo y que no te olvido, pero la vida organizada sin ti, comprendida sin ti. El vacío está, pero no se discute cada mañana, se negocia a largo plazo.
En cambio, para José Antonio el camión representaba la soledad. Ahí estaban los conductores esa mañana, perdidos, desconcertados. En el mar, aunque las olas se elevaran inmóviles, como murallas, el barco siempre avanzaba. En tierra el camión se quedaba varado, hoy sin poder subir la rampa, y el conductor sólo, desvalido, apenas consolado en los corros que ya se estaban formando. Eran horas y horas al volante, tú, contigo mismo, tus pensamientos, tus angustias, tus preocupaciones, personales y profesionales, sin ver más ojos que los propios en el espejo retrovisor, sólo ante una avería, sólo ante una multa, sólo ante una espera, ante un retraso, un extravío, una confusión, en tu idioma o en lengua extranjera, sí, con tu empresa más cerca gracias a los móviles, cuando la había, porque si eras autónomo no tenías más respaldo que el del asiento. Duro.
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Foto Volvo Truck. |
José Antonio había conducido todo tipo de vehículos en su vida, barcos, furgonetas, grúas, carretillas, locotractores, locomotoras y, por supuesto, camiones. Tenía todos los permisos, tenía todos los cursos, algunos de mucho tiempo y otros como primera tarea tras llegar a la dirección de la terminal y convencerse de que para manejar aquel equipo había que ser todoterreno y saber hacer de todo.
Tal vez algún día podría caer en la tentación de regresar al puente de mando de un barco para volver a sentir el poder de arrastrar millones de toneladas con una sola mano; tal vez algún día podría afrontar la tensión de manejar una grúa en un puerto, pese a la presión de la productividad, pese a la exigencia de un alto número de movimientos de contenedores por hora para minimizar la estancia del buque en el muelle, para reducir los costes de escala y acortar el tiempo de tránsito; tal vez, incluso, podría rendirse al encanto de ser maquinista y, durante un tiempo, conducir trenes por ignorante romanticismo, con esa velocidad media de los convoyes de mercancías de poco más de 20 kilómetros a la hora, fruto todavía de las ineficiencias operativas y de las infraestructuras en España. Ahora bien, estaba seguro de que nunca tendría valor para conducir regularmente un camión de mercancías para transporte internacional. Por eso admiraba a quienes lo hacían, por eso respetaba su tesón, por eso le dolía tenerles, una mañana más, parados a las puertas de la terminal".
Admiración, respeto... Tal vez si la sociedad partiera de estas premisas la falta de conductores no sería un mal logístico de este tiempo.
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Foto Scania. |
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