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El río Jarama a su paso por San Fernando de Henares. |
La logística sigue anclada, hoy, en lo invisible. Tal vez porque no ha perdido la esencia de lo mágico y de hacer real lo imposible, pero eso no puede ser excusa para que siga demasiado oculta tras muros, vallas y pantallas.
Ni siquiera en la era en la que el comercio electrónico nos obliga a todos a tocar la última milla, vamos más allá de un portero de finca que nos recoge los paquetes o un buzón mecánico donde igualmente "aparece" lo que deseamos.
No hay nada conspiranoico en esta actitud. Es, a menudo, el confort de la ignorancia y una inocente y absoluta falta de interés.
Adelantamos a los camiones por las carreteras como quien ve pasar vacas; dejamos que los niños señalen aviones en el cielo, lo mismo que si señalaran nubes o planetas; divisamos borrosos barcos en los horizontes de las playas tan lejanos como inabordables; estampamos mercancías en las ventanillas del AVE como manchas raudas y multicolores atravesadas en los apartaderos; y teñimos nuestro rictus de contrariedad estética cuando muros y muros de hormigón y puertas de hierro flanquean nuestro sendero. Todo está ahí. Nada nos importa demasiado... Pero no siempre debiera ser así ni fue así.
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Fluye El Jarama sin prisa pero sin pausa por los campos logísticos de España. |
Con las lomas de Coslada y San Fernando perennemente en el horizonte de la novela, en "El Jarama" no sólo fluye el río, sino que fluye el tren y sus vías, que se cruzan constantemente en el paso y en la mirada de los personajes, pero no como un decorado, sino como elemento con el que se interactua, realidad que se ve, que se palpa, que se conoce, que importa.
He aquí uno de los muchos pasajes ferroviarios y, sin duda, uno de los más reveladores del libro.
Lucita miraba a Mely que se ponía los pantalones por encima del traje de baño. Llegó el fragor de un mercancías que atravesaba el puente. Paulina miraba los vagones de carga, color sangre seca, que saliendo uno a uno del puente, se perfilaban al sol, sobre los llanos, en lo alto del talud.
-¿Ya estás contando los vagones? -le decía Sebastián.
-Qué va. Allí aquel monte, es lo que miraba.
Señaló al fondo: blanco y oscuro, en aquel aire ofuscado de la canícula, el cerro del Viso, de Alcalá de Henares. Hacia él corría ahora el mercancías, ya todo salido del puente, y se perdía, por el llano adelante; resuello y tableteo. Mely se ataba las alpargatas; Alicia le decía:
-Procurad volver antes de las siete, para que nos subamos todos juntos.
La pregunta es inmediata. Entre lo cotidiano de ponerse un pantalón y atarse unas alpargatas, ¿quién cuenta hoy los vagones de un mercancías que pasa? ¿A quién le importa de dónde viene o a dónde va ese B-777F que cruza el cielo? ¿Quién se pregunta qué son todos esos ladrillos de hierro que andan como inmensas columnas cabalgando la línea que funde el agua y las nubes en las playas? ¿A quién le preocupan todos esos conductores de pesados tráileres que devoran la noche? ¿Alguien es consciente del universo que seríamos capaces de descubrir si con un mazo tuviéramos el valor de derribar una de esas insulsas y kilómetricas paredes que conforman el cinturón de naves que rodea a cualquier gran ciudad? ¿Quién tiene curiosidad por asomarse, por levantar la mirada o tan siquiera preguntar?
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"Paulina miraba los vagones de carga, color sangre seca..." |
Pero volvamos a "El Jarama", a otro de los pasajes de la novela:
Estaban haciendo una fábrica, allí a la izquierda del camino, que ahora iba encajonado entre la valla de las obras y la alambrada de la viña buena. Largas naves, con techos de cemento; los andamios vacíos. Volaron dos palomas.
Qué diría hoy Rafael Sánchez Ferlosio de esas mismas naves, al borde de esas mismas veredas, pero no ya una, ni diez, ni cien, sino mil, diez mil... Quién sabe cuántas naves logísticas se extienden allí ahora mismo por taludes y mesetas, y las que quedan, inmensas, nunca más una mole solitaria en mitad del páramo, sino ya hileras monótonas que en nuestros ojos aburridos no destacan, cajas grises además a menudo dormidas de día y sólo frenéticas en la oscuridad escondida de la madrugada, para seguir contribuyendo a que nadie lo sepa, ni lo vea.
Lo curioso es que allí antes no había más que un río, una vía y apenas las obras de una nave, singular merecimiento para los ojos de un escritor.
Hoy, en cambio, ese mismo río sigue allí, pero ha visto alterado su curso para rodear Madrid-Barajas, primer aeropuerto de carga de España; se oculta a continuación tras las medianas y bajo los ojos del puente de Viveros y la duplicación de la A-2, en la raíz del principal corredor de transporte por carretera de la Península; deja a la derecha Coslada, con su CTC y su icónica terminal intermodal del Puerto Seco, referente para el primer puerto de contenedores del Mediterráneo; y se adentra en San Fernando y sus moles repletas de estanterías con los Amazon de turno como grandes protagonistas.
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Terminal Intermodal del Jarama. |
"Tiempo de Tránsito", en su modesta contribución y devoto homenaje al sector logístico, centra su acción justo en este mismo espacio, con una terminal ferroviaria bautizada en la novela con el nombre ficticio y nada casual de TERMINAL INTERMODAL DEL JARAMA. Al fin y al cabo, qué es la logística sino hacer que todo fluya, como un río.
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